Afortunado

De todas las idas conservo el sabor de los trenes,
el olor a Renault 9 con todas las ventanas bajadas,
a tabaco volando por la carretera.

De tantos mundos que no busqué,
tengo unos cuantos billetes de vuelta sin usar que a veces saco de la cartera
para mirar con cierta nostalgia las vidas que elegí no vivir.
Luego los guardo entre esa frase que me niego a decir completa
y que empieza con "Al lugar donde fuiste feliz...".

De este cansancio de huellas tengo los pies machacados
pero no sé buscar sitio donde sentarme
ni balcón desde el que pararme a mirar.

Por eso el tacto es siempre fugaz, y en los ojos,
guardo lágrimas de por si acaso
en la próxima estación no hay mar
y fumar no está permitido.

Me enamoré de un travelling infinito de paisajes
y caras, de manos y gente.
Que le daba vueltas al mundo porque iba demasiado despacio.

Dirás que sigo huyendo de los mismo miedos, y puede que sea verdad,
pero me puse a correr el día que tocaba ser valiente, como dijo Gardel,
y desde entonces ya no he parado.

A veces me he detenido en caricias, me he dejado mecer
en lunas que me adoptaron en su regazo.
He dormido bajo parpados que valían mucho más que mis pupilas.

Puedo decir, con la completa seguridad de no equivocarme, que he sido,
y soy,
un tipo demasiado afortunado.

Con el lujo estúpido de querer ser algo parecido a un sueño,
camino dando bandazos, de un lado a otro,
con más arañazos que golpes,
con más garras que desgarros.

De todo el salitre acumulado, de todo el polvo,
guardo piedrecitas en los zapatos,
manchas entrañables en la sonrisa.

Y ahora, que tengo el dedo levantado
cojo mi bolsa y levanto las manos, la voz y estos casi 23 años,
para gritar mucho más alto que nunca:
Tengo razón, joder,
no hay nada que pueda pararnos.

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